La voracidad electoral
Luis Manuel Brito Ureña
Seis apetecibles años de disfrute del poder se avecinan por ahí.
Por seis apetecibles años cualquiera imita al “Fausto” de Goethe y vende su alma al diablo.
“La política se ha puesto/que es una calamidad/el que quiere un empleíto/se tiene que arrodillar…la vergüenza se ha perdido/nadie quiere trabajar/sino vivir de la teta/de la vaca nacional”. “Llena el morrito”. 1926 Emilio A. Morel.
“Le pregunté que cómo ha sido/que tan pronto ha conseguido/salir de un barrio tan pobre/sin ahorrar nunca un cobre”. “La Política” Los Kenton.
Estos dos viejos merengues, cuya temática parece ser reciclable, nos pintan fielmente la práctica política nuestra. Porque el merengue fue, es y seguirá siendo reflejo de nuestra propia realidad.
Estos seis años por venir están empujando a los aspirantes a los cargos a vivir como un trampolín, sin importar su pasado de “lucha” en esta o aquella parcela.
Y en su afán de “sacrificarse” hacen y prometen hasta lo que no se ha inventado.
No en vano, cuenta una melodía, que cuando un candidato prometió hacer un puente, el pueblo le respondió: “¡Pero si no tenemos río!”.
Parece ser que ya la palabra dignidad ha sido sacada del diccionario por falta de uso. Y de la palabra vergüenza, ni se diga!
Cómo se pasa de la humildad extrema hacia el más extremo orgullo cuando nos dan el poder.
Patriotismo no es llevar flores al Altar de la Patria cada febrero, ni pasarse todo un mes celebrando; ni dedicar un año a un personaje.
Creo que hay que pauperizar la actividad política para que los verdaderos patriotas asuman el control del Estado. Esta es otra de mis utopías, que ni el mismo Tomás Moro puede curarme.
¿Acaso era fácil ser regidor de un municipio cuando por esta actividad no se cobraba ni un chele?
En cambio ahora, como dice el título de otro merengue: “Cualquiera va”.
Estamos cansados.
Los partidos políticos nos están empujando a la abstención electoral; y eso no es aconsejable.
Esta voracidad tan poco disimulada nos augura grandes males y difíciles soluciones.
Y quizás mañana, aunque estemos confesados, Dios no nos oirá.
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