LA RECONSTRUCCIÓN DE HAITÍ NO AVANZA MIENTRAS MILES SE ADAPTAN Y SOBREVIVEN
Tres niños buscan debajo de los escombros entre las ruinas en Delmas, lejos del principal campamento para refugiados donde el coro de una iglesia baptista se cuela entre las carpas y una mujer cuida a su hija... y espera.
Igual que una anciana en la parte baja de la ciudad cuyo brazo extendido condensa toda la miseria de un pueblo: el polvo impregnado en su cuerpo cadavérico; el dolor contenido de un año aciago. Igual que los niños que van a la escuela: los rostros de una alegría remota.
Igual que la gente que anda en la calle: como si nada hubiera pasado. Como en el poema de Vicente Huidobro, Haití es un reloj que perdió sus horas.
“Quisiera irme de aquí, pero no tengo adónde”, dice Mervil Edeline, de 28 años, sentada con su bebé, protegiéndola del sol en una de las pequeñas calles en el Campo de Golf de Petion-Ville, el lugar donde permanecen todavía 60,000 damnificados.
Es el campamento más grande de la ciudad y el colmo de las paradojas: A la entrada, una enorme reja se abre como un sello de la ostentosa clase alta haitiana.
Un par de kilómetros más abajo, por un camino de tierra, miles de refugiados pobres conviven en una ciudad dentro de otra.
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