El ciudadano tiene el deber de cumplir con las ordenanzas, leyes y resoluciones que regulan la sociedad, lo que garantiza la convivencia pacífica y el respeto de los demás.
La ley debe ser aplicada, pero si se viola la ley que se quiere aplicar y los derechos constitucionales, entonces el caso es grave y la sociedad entera está en peligro.
La disposición decretada por el director de AMET así lo confirma.
Si un conductor cruza un semáforo en rojo, la ley establece una multa. Ahora el caso es diferente. El conductor es detenido y llevado con su vehículo a un lugar (donde se le retiene) y tiene que esperar, junto a los demás apresados, que desde el Cuartel Principal de AMET (que debería ser una oficina) envíen un transporte a buscarlos, y ya de regreso a AMET son introducidos a un salón donde tienen que escuchar una charla por varias horas.
Lo que se resuelve con una simple contravención, así lo dispuso el legislador, cuyo monto podría ser elevado, por el mismo legislador, para disuadir estas violaciones, se convierte en un irrespeto al ciudadano que es detenido y conducido, en contra de su voluntad, a escuchar una perorata de alguien que, a sabiendas de que se están violentando derechos constitucionales, trata de justificar dichas medidas.
El caso no queda ahí.
Terminada la charla, hay que ir donde un Juez que determina el monto de la multa, por supuesto que hay que hacer turno en las largas filas; luego pasar por otro control para recoger un recibo con el cual ir al Banreservas a pagar la multa. Terminada esa jornada, regresar a la oficina de AMET para entregar el boucher, hacer otra fila en otra oficina para que le retiren del sistema la infracción, con ese papel ir a otro Cuartel de AMET, cercano donde tienen el vehículo retenido, para que desde allí ordenen su entrega… pero, si usted llegó en horas de la mañana, deberá después de la 1:00 p.m., que es cuando envían al mensajero con las órdenes de entregas.
Todo ese viacrucis es consecuencia de la carencia de una estructura administrativa funcional, práctica, dinámica, que facilite en el menor tiempo posible, 15 ó 20 minutos, todo ese papeleo innecesario, burocrático e irritante, que el perjudicado percibe como violencia.
Alguien dijo en estos días, y tiene toda la razón que, a 50 años de matar al dictador, todavía tenemos la estructura de la dictadura y prima la idea que a nosotros los dominicanos hay que enseñarnos con el garrote, pero la verdad es que “cuando se ejerce la razón de la fuerza, que es violencia, y no la fuerza de la razón” se genera violencia, rechazo y rebeldía, no obediencia.
El comportamiento del ser humano está fundamentado en “lo instintivo, lo aprendido y lo imitado” y si es cierto que vivimos en un país donde hemos hecho de la indisciplina y el irrespeto las normas de conductas cotidianas, podría ser como respuesta de aprendizaje o imitación a las irresponsabilidades y ejemplos de muchas autoridades, pero eso no indica que para corregir un mal, se tengan que aplicar otros males peores.
Nunca he entendido ni encontrado justificación al invento de AMET, una policía exclusiva para dirigir el tránsito, con estructura militar atrasada. Si la idea primaria fue resolver ese problema, la verdad es que tenemos el mismo problema y con otros agravantes, la imposición de normas personales por encima de lo que está establecido en la Ley que rige esa materia.
En los cuarteles de AMET hay una foto del actual incumbente con su brazo derecho extendido, su mano cerrada (puño) y su dedo índice extendido. No hay que ser experto en comunicación gestual o kinesiología para saber lo que eso significa.
Es cierto que tenemos un tránsito desorganizado, que irrespetamos las normas establecidas en la ley, pero recordemos que por muchos, por muchos años, los guardias y policías, los funcionarios, los carros con placas oficiales sentaron clases de ese irrespeto y esa desobediencia…
Quiero dejar lo que nos dijo, y nos dice, el Maestro Eugenio María de Hostos en su Tratado de Moral:
“Faltando a todos sus deberes los que usufructúan el poder, faltan al suyo quienes tienen alguna dependencia del Estado, y la sociedad, que es víctima de esas faltas, empieza a cometerlas para vengarse y resguardarse, y concluye por cometerlas por la costumbre adquirida de incurrir en ella. Así es como, poco a poco, y sin pensarlo, ni quererlo, ni sentirlo, van los pueblos, guiados por la política indiferente a la moral, perdiendo una por una sus virtudes, sus cualidades y su carácter; así es como la familia van en ellas perdiendo, sin notarlo, la dignidad de su fin social, la afinidad de sus elementos, la pureza de sus costumbres, la grandeza de su institución; así es como los individuos van, sin advertirlo, perdiendo el decoro, la dignidad, la veracidad, la firmeza, la lealtad, y convirtiéndose en momias semovientes que engañan hasta con el aparato de una personalidad y de una vida que no tienen”
Nota: que conste, quien suscribe no fue la víctima de tan desesperante situación.
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