Luis
Manuel Brito Ureña
Como
espectador, voy al Teatro Nacional a escuchar de artistas consagrados sus
canciones conocidas, digeridas y nostálgicas, tal y como me adueñé de ellas en
su momento.
Paloma
San Basilio nos visitó el pasado fin de semana y el Teatro estuvo casi repleto.
Todo lo que es música buena y bien interpretada, siempre me ha llamado la
atención, a veces sin importar el género. Y aunque no soy farandulero ni nada
por el estilo, hoy me ha cogido con decir algo sobre su show.
Luego
de una buena introducción de Jean Jorge, un joven cantante dominicano, el
espectáculo tuvo un bache temporal que obligó a los presentes a pedir que
apareciera Paloma.
No
voy a cuestionar la calidad de los jóvenes músicos que la acompañaron, porque
de eso no sé ni “pío”, pero sí me llamó la atención la forma de la
interpretación, o lo que llaman “arreglos”.
Apareció
su hija, interpretando una canción en portugués, y luego en un intermedio lo
hizo en inglés. Y la misma Paloma también lo hizo en ese idioma (aunque no pude
captar en éstas su ceceo, como es habitual en ella en sus canciones en español,
por ser netamente madrileña).
Interpretó
canciones nuevas creadas por su hija, pero desconocidas. A sus propias
canciones les dio un giro no acostumbrado a nuestros oídos, diferente a lo que
uno quiere escuchar, propio de su estilo y de su época, y de los que crecimos
con ella. Dio un toque “medio rockero” a
sus canciones clásicas, quizás adecuado a la edad de su hija, y al público joven
presente, que por cierto, no percibí que reaccionara con gran entusiasmo.
Cuando
Paloma tomó el cauce de sus viejas canciones, aunque algunas fueron “rockeadas”
y otras a capella, noté que la reacción a su favor fue mayor. Lo que la catapultó en aplausos fue “No llores
por mí, Argentina”. El público se animó y empezó a solicitar viejas y conocidas
canciones, algunas de las cuales tuvo que interpretar sola, pues al parecer,
sus jóvenes músicos no las habían preparado, como se deduce de la pregunta que
ella misma les hizo.
Cuando
hay emoción, que es uno de los factores que uno busca en ese tipo de actividad
relajante, el artista no tiene que pedirle al público que bata palmas. Son las
mismas palmas de las manos que empiezan a batirse automáticamente cuando
sienten que llega lo que están viendo y escuchando.
Tal
vez por pura coincidencia, y sin saber sus reales razones, vi que algunos
salieron antes de terminarse el espectáculo.
En
otros espectáculos musicales, desde que uno escucha el primer acorde musical de
determinada canción, empieza a aplaudir, y en este caso, noté cierta frialdad,
o cierto despiste en el público, que hasta cierto momento de avance en una que
otra interpretación, no conocía la canción que había empezado a interpretar, y
en lo que quizás tuvo mucho que ver el arreglo musical que tenía, distinto al
acostumbrado a nuestros oídos.
Y
para que nos fuéramos todos a casa moviendo los pies, según su palabras,
terminó con algo muy electrizante, al puro estilo discotequero, desde la
interpretación inicial hasta las luces final (y perdonen esta última
incongruencia gramatical).
Perdonen
mi anacronismo, pero creo que cuando se trata de artistas altamente
consagrados, uno no paga para escuchar experimentos, sino para escuchar lo
conocido y digerido por años. Y no me refiero a si ella interpretó mal o bien.
Hablo del estilo en el cual interpretó. No imagino a Lucho Gatica
interpretándonos en el Teatro Nacional “Bésame Mucho”, por ejemplo, con
predominio de guitarra eléctrica, al mejor estilo de Los Beatles o de Elvis
Presley (que grabaron esa canción). Ellos son ellos; Gatica es Gatica. Y en ese
sentido es que los asimilamos.
Y que
me perdone Paloma, respetuosamente, y todo el que le gustó su show. Pero a mí
no me gustó. Esta vez prefiero seguir escuchando sus CD, que tanto me gustan y
disfruto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario