lunes, 4 de junio de 2012

A Paloma que me perdone


Luis Manuel Brito Ureña
Como espectador, voy al Teatro Nacional a escuchar de artistas consagrados sus canciones conocidas, digeridas y nostálgicas, tal y como me adueñé de ellas en su momento.
Paloma San Basilio nos visitó el pasado fin de semana y el Teatro estuvo casi repleto. Todo lo que es música buena y bien interpretada, siempre me ha llamado la atención, a veces sin importar el género. Y aunque no soy farandulero ni nada por el estilo, hoy me ha cogido con decir algo sobre su show.
Luego de una buena introducción de Jean Jorge, un joven cantante dominicano, el espectáculo tuvo un bache temporal que obligó a los presentes a pedir que apareciera Paloma.
No voy a cuestionar la calidad de los jóvenes músicos que la acompañaron, porque de eso no sé ni “pío”, pero sí me llamó la atención la forma de la interpretación, o lo que llaman “arreglos”.
Apareció su hija, interpretando una canción en portugués, y luego en un intermedio lo hizo en inglés. Y la misma Paloma también lo hizo en ese idioma (aunque no pude captar en éstas su ceceo, como es habitual en ella en sus canciones en español, por ser netamente madrileña).
Interpretó canciones nuevas creadas por su hija, pero desconocidas. A sus propias canciones les dio un giro no acostumbrado a nuestros oídos, diferente a lo que uno quiere escuchar, propio de su estilo y de su época, y de los que crecimos con ella. Dio un toque “medio rockero”  a sus canciones clásicas, quizás adecuado a la edad de su hija, y al público joven presente, que por cierto, no percibí que reaccionara con gran entusiasmo.
Cuando Paloma tomó el cauce de sus viejas canciones, aunque algunas fueron “rockeadas” y otras a capella, noté que la reacción a su favor fue mayor. Lo  que la catapultó en aplausos fue “No llores por mí, Argentina”. El público se animó y empezó a solicitar viejas y conocidas canciones, algunas de las cuales tuvo que interpretar sola, pues al parecer, sus jóvenes músicos no las habían preparado, como se deduce de la pregunta que ella misma les hizo.
Cuando hay emoción, que es uno de los factores que uno busca en ese tipo de actividad relajante, el artista no tiene que pedirle al público que bata palmas. Son las mismas palmas de las manos que empiezan a batirse automáticamente cuando sienten que llega lo que están viendo y escuchando.
Tal vez por pura coincidencia, y sin saber sus reales razones, vi que algunos salieron antes de terminarse el espectáculo.
En otros espectáculos musicales, desde que uno escucha el primer acorde musical de determinada canción, empieza a aplaudir, y en este caso, noté cierta frialdad, o cierto despiste en el público, que hasta cierto momento de avance en una que otra interpretación, no conocía la canción que había empezado a interpretar, y en lo que quizás tuvo mucho que ver el arreglo musical que tenía, distinto al acostumbrado a nuestros oídos.
Y para que nos fuéramos todos a casa moviendo los pies, según su palabras, terminó con algo muy electrizante, al puro estilo discotequero, desde la interpretación inicial hasta las luces final (y perdonen esta última incongruencia gramatical).
Perdonen mi anacronismo, pero creo que cuando se trata de artistas altamente consagrados, uno no paga para escuchar experimentos, sino para escuchar lo conocido y digerido por años. Y no me refiero a si ella interpretó mal o bien. Hablo del estilo en el cual interpretó. No imagino a Lucho Gatica interpretándonos en el Teatro Nacional “Bésame Mucho”, por ejemplo, con predominio de guitarra eléctrica, al mejor estilo de Los Beatles o de Elvis Presley (que grabaron esa canción). Ellos son ellos; Gatica es Gatica. Y en ese sentido es que los asimilamos.
Y que me perdone Paloma, respetuosamente, y todo el que le gustó su show. Pero a mí no me gustó. Esta vez prefiero seguir escuchando sus CD, que tanto me gustan y disfruto. 


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