Por: Luis
Manuel Brito Ureña
Tuvo
que ser el día que mi hija Tania se graduó de Doctora en Odontología que tuve
que enfrentarme a 3 carteristas en la UASD, sacar del bolsillo de uno de ellos
parte de lo que otro me había sacado, y apresar yo mismo a un tercero y
llevarlo ante la Seguridad de la Universidad, para luego conducirlo al Plan
Piloto de la P. N.
Tuvo
que ser ese día que sucediera eso, para parcialmente amargarnos la vida e
intentar disminuir el alborozo que sentimos por la obtención de su título Cum
Laude.
Ya
la desprotección en que se encuentra la ciudadanía ha llegado a límites
insoportables. Hay que acabar con el miedo, porque de esto se están nutriendo
los delincuentes.
Estábamos
tomándonos fotos con la graduanda frente al Aula Magna, y de repente varios
hombres se nos acercaron, como si nos conocieran y se estuvieran uniendo a
nuestra alegría, y empezaron a amontonarse al lado nuestro, como bloqueándonos
el paso, como creando una barrera que no nos permitía desplazarnos con libertad
para tomar las mejores poses, en casos tan importantes como ese.
De
buenas a primera sentí levemente como que me sacaron algo del bolsillo, y de
inmediato vi que uno de esos hombres simpáticos, y aparentemente serio, le pasó
algo a otro, que de repente intentó alejarse; pero al ver el raro movimiento,
revisé mis bolsillos (que ya estaban vacíos) me precipité sobre él, metí la
mano en su bolsillo, y lo despojé del dinero que tenía, pues ya sospechaba yo
que era parte del que su colega me acababa de sacar. Ambos atracadores en
seguida huyeron y se perdieron entre la multitud asistente a la ceremonia de
graduación en honor a los héroes del 14 de Junio de 1959.
Pero
yo, ni corto ni perezoso, me olvidé del protocolo del momento y del traje de lujo
que estaba estrenando, y le fui encima al tercero, que por su juventud y su fuerte
contextura física parecía un tremendo manganzón. Un Oso Yogui. Y mientras los
otros dos huían, lo agarré por la camisa y la cintura, le di un paseo por entre
la multitud asombrada, hasta entregarlo a los miembros de la Seguridad de la
UASD.
No
sé de dónde saqué tanto coraje para hacer eso. Pero creo que tiene su origen en
que, cuando uno se siente tan desprotegido y abusado, uno saca fuerzas de dónde
no tiene. Y sobre todo cuando otro “pendejo” se quiere adueñar de los chelitos
que uno con tanto trabajo y seriedad se gana.
Pero,
ay sorpresa! Un amigo nuestro, padrino también de su hija odontóloga, al ver el
embrollo en que yo me había metido, acudió a observar, y más rápido que
inmediatamente, se dio cuenta que también lo habían dejado sin 17 mil pesos,
destinados a la cena que ofrecería en honor a su hija graduanda.
Luego
del delincuente emitir justificaciones y argumentos contradictorios, se
procedió a enviarlo esposado al Plan Piloto de la P. N., donde por casualidad
coincidimos con otro ciudadano que fue a quejarse por circunstancias iguales a
las nuestras, y quien describió a uno de los atracadores, con características
físicas similares a las observadas por nosotros.
Aunque sabemos cómo son las cosas con estos
códigos nuevos y esta protección a los victimarios, fuimos a exponer nuestras quejas, a sabiendas de que más
temprano que tarde estará en libertad.
El
mangazón que apresé, no portaba Cédula, seguía insistiendo en decir que no
sabía de eso, que estaba allí porque su sobrina se estaba graduando, pero no
supo decir de qué, ni nadie acudió en su defensa. Pero muy bien que pudimos
observarlo previamente acompañando a los dos que huyeron. Para su sorpresa, se
encontraron con un gavilán que conocía muy bien el entorno en el cual estaba,
y, por casualidad de la vida, pocos minutos antes la maestra de ceremonia había
dicho: “En la UASD ustedes se han
graduado de dos cosas: de una profesión, y de la vida”.
Esa
frase nos quedó como anillo al dedo, con relación al incidente que ahora estoy
narrando, no para que conozcan mi historia, sino para que tomen precauciones en
estos eventos y no les pase a ustedes. Las desgracias ajenas uno tiene que
conocerlas, para asimilarlas y aprender de ellas, y evitar así que nos sucedan.
Uno
de los guardianes dijo: “Este delincuente
se salvó porque no había clases, pues los estudiantes lo hubiesen rifado a
golpes”. Y no otra cosa fue lo que quisimos hacer con esos malditos que
salen a las calles a quitarle a uno lo que uno se gana. Y es que no es para
menos. Con tantos ladrones arriba, y también en el medio, no me extraña nada
que haya tantos ladrones abajo.
Y
como todas las cosas siempre esconden algo de jocosidad, entre el dinero que
logré recuperar del bolsillo del ladrón, encontré 9 dólares, que yo no tenía, y
dos anillitos de poco valor.
Pero
esa lluvia ácida, no pudo parar nuestra fiesta.
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