miércoles, 12 de octubre de 2011

Carta a Juan Cepeda De Luis Manuel Brito Ureña

Carta a Juan Ceped 

Luis Manuel Brito Ureña
 
Muy estimado amigo Juan Cepeda:
Probablemente tú seas de los pocos que, sin haberte lucrado en la política, permanezcas aún pensando en la reivindicación de los desfavorecidos (que a veces ni agradecen). Y seas también de los pocos que “no cogen cabeza”, y siguen pensando en un mañana mejor para todos (que nunca vemos llegar). Yo también estoy en ese grupo.
Me permito llamarte amigo porque así lo siento. No como estos políticos que cuando están en el poder de la nación, y se encuentran con uno, de manera efusiva nos abrazan para decirnos “MI AMIGO Y HERMANO”, a sabiendas de que al voltear la cara, nos estarán sacando la lengua.

Por muchos años trabajé en el Centro Juvenil Don Bosco y colaboré con otras instituciones parecidas, sin otro objetivo que servir, inspirado por el Padre Vicente. Pero aún en esas instituciones, logré captar la maldad humana, provenientes de seres que prefieren abortar las buenas acciones cuando éstas no los benefician o no han surgido de sus ideas.
Tienes plenos derechos a disentir de las ideas y opiniones que emití en mi artículo “Frustración y Violencia”, porque nada es absoluto en esta vida, pero te pido que leas algunas consideraciones.
La violencia tiene muchas causas y explicaciones. Mi opinión es tan sólo una.
La frustración y violencia no es asunto de ahora. Es toda una cadena sólidamente enraizada entre nosotros, y que cada día se está acrecentando más con las promesas vanas y con las realidades latentes que vemos exhibir por doquier, sin visos de mejoría ni de solución definitiva. Creo que es un error intentar circunscribir nuestros males a una sola fuente partidaria.
Estimo que los males nuestros no tienen su causa en uno o en otro Partido, sino en TODOS LOS PARTIDOS. Y de ahí no hay quién me saque…pues los causantes tienen nombres y apellidos. Nunca he ido de acuerdo con los que opinan (que no es tu caso), que de los males de la sociedad somos culpables todos los ciudadanos. Es una manera muy cómoda de querer meternos a todos en el mismo saco, para que los verdaderos culpables sigan haciendo de las suyas, y/o para aligerar el fardo de su propia culpabilidad.
Reconocí y aplaudí las grandes obras de Don Antonio, porque las viví en carne propia; así como también he reconocido las grandes obras de otros gobiernos, sin que esto me permitiera aceptar y esconder sus grandes fallos y defectos. Pero para brindar obras de bien social es que el pueblo elige a sus gobernantes, aunque a veces la ignorancia o la alienación lo conviertan en ingrato, y prefiera a quien lo maltrata y vitupera, antes que a quien, con honorabilidad, se desvela por sus asuntos.
En 1998 me escapé unos minutos de mi trabajo como Procurador Fiscal Adjunto en el Palacio de la P. N. para rendir homenaje a Peña Gómez cuando su cadáver pasaba frente a la Biblioteca Nacional. En la noche asistí a su velatorio en el Estadio Olímpico, no para ver ni para ser visto, sino porque así lo sentí profundamente. Su entereza moral y sus virtudes fueron muchas; superiores a las virtudes de los que, dentro y fuera de su Partido, lo despreciaron con un odio acérrimo, y se lucraron con el oficio de la política. Viví plenamente sus discursos, que merecieron todos mis mejores epítetos. Sin embargo, en el tiempo en que sucedieron los hechos de abril 1984, yo ni era sordo, ni mudo, ni ciego. Y eso me permitió apreciar esa indelicadeza del líder, y expresar mis pensares, entonces, y ahora.
Juan, creo que ese ataque tajante por lo que dije sobre tu líder, sin ser tu propósito, te están acercando a los del bando contrario, que nunca han soportado bajo ninguna circunstancia cualquier crítica contra su líder Juan Bosch, como si uno y el otro fueran intocables e infalibles en sus acciones y pensamientos.
Juan, puede ser que  yo esté equivocado, pero de tus palabras deduzco que tú piensas que estoy en las filas contrarias a tu preferencia. Debo aclararte que no es así. Mi medio fundamental de vida ha sido siempre mi labor docente en la UASD y el ejercicio tímido de mi profesión de abogado notario. Sólo de manera breve he trabajado en gobiernos del PRD y PLD, como ciudadano con plenos derechos y deberes para desempeñar un cargo digno en cualquier gobierno. Y creo que donde he estado, no he pasado en vano.
Los cientos de artículos que he escrito desde mis 20 años de edad, son el mejor testigo de mi pensar y de mi accionar, y de la compatibilidad que he mantenido entre una y otra cosa a través del discurrir de mi vida.
No obstante nuestras aparentes diferencias, apreciado Juan, estimo que una pasión política, no puede, bajo ninguna circunstancia, apagar y opacar una pasión amistosa.
Quiero saludarte con los versos de un poeta español, cuyo nombre he olvidado:
“No, no hay cárcel para el hombre.
No podrán atarme, no.
Este mundo de cadenas me es ajeno y exterior.
¿Quién encierra una sonrisa?
¿Quién amuralla una voz?”.

No hay comentarios: